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sábado, 27 de diciembre de 2014

COMO DESEES - ANABEL BOTELLA

 Prologo : Andrea abrió los ojos asustada y aguzó el

oído. Corría por el bosque y se había

adentrado en una zona donde abundaban los
pinos. Dejó atrás el camino de tierra que
llevaba al pueblo. Algo se movía entre las
ramas de los árboles. No habría sabido
reconocer de qué se trataba, si de un animal
o de una persona que se había perdido. La
brisa de la mañana la hizo estremecerse.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó con
temor.
Advirtió de súbito la respiración agitada
de un joven.
—¿Hay alguien ahí? —volvió a preguntar
Andrea—. Por favor, responde.
La chica permaneció inmóvil. El corazón
comenzó a bombearle frenéticamente. A
Andrea ya no le parecía tan buena idea
haber salido a correr por el bosque a
primera hora de la mañana. Los pinos
parecían cernirse sobre ella
amenazadoramente.
—«Yahvé puso su mano sobre mí» —
susurró la voz de un joven detrás de ella—.
«Me dijo: Hijo de hombre, ponte de pie, te
voy a hablar. Te envío donde esa raza de
cabezas duras y de corazones obstinados
para que les digas: ¡Esta es la palabra de
Yahvé…! Y tú, hijo de hombre, no les temas,
no temas sus amenazas; serán para ti como
zarzas u ortigas, como un escorpión donde te
hayas sentado. No tengas miedo de sus
palabras, no temas ante ellos: ¡no son más
que una raza de rebeldes!»
Sin vacilar Andrea echó a correr hacia el
pueblo. No estaba tan cansada como para no
intentar escapar de allí como alma que lleva
el diablo. Gotas de sudor le perlaban la
frente. Sentía que quienquiera que fuese ese
joven le iba a la zaga sin descanso, mucho
más deprisa de lo que hubiera querido, pero
en ningún momento se permitió el lujo de
mirar hacia atrás. Fuera quien fuese no
debía de tener buenas intenciones, pensó.
—«Entonces pasé cerca de ti y te vi; era el
tiempo de los amores, eché sobre ti mi manto,
cubrí tu desnudez y te hice un juramento.
Hice una alianza contigo, palabra de Yahvé,
y tú pasaste a ser mía. Te vestí con ropajes
bordados, con calzado de cuero fino, puse en
tu cabeza un velo de lino y de seda…»
—¿Qué quieres de mí? Por favor, no me
hagas daño.
Andrea sacó su smartphone, que tenía
sujeto a la cinturilla del pantalón. No
consiguió acertar a marcar el número de su
padre, y el móvil se le resbaló de las manos
cayendo al suelo. No se detuvo a recogerlo.
El chico se acercaba cada vez más. Podía
notar cómo la respiración de su perseguidor
casi se confundía con la suya.
—Déjame en paz, por favor. No he hecho
nada.
La joven estaba al borde de un ataque de
pánico.
—«Tu belleza se hizo célebre entre las
naciones: era una belleza perfecta gracias a
mi esplendor, que derramaba sobre ti,
palabra de Yahvé.»
Andrea siguió avanzando sin detenerse. Su
vida estaba en juego.
—«Pero luego pusiste tu confianza en tu
belleza, tu fama te permitió prostituirte;
prodigaste tus encantos a cualquiera que
pasaba y te fuiste con Él.»
Entonces notó que la detenía agarrándola
del pelo. Perdió el equilibrio y se dio de
bruces contra el suelo. El chico que la
perseguía se colocó a horcajadas sobre ella.
Tenía el rostro cubierto con un
pasamontañas, aunque Andrea pudo ver que
tenía los ojos azules, de un color tan intenso
como un mar embravecido.
—Por favor… por favor… —empezó a
gimotear Andrea como si aquellas palabras
pudieran salvarla —, deja que me vaya…
Andrea comenzó a golpearle en el pecho
con ambas manos hasta que su opresor se las
inmovilizó detrás de la cabeza.
—«Si decimos que no tenemos pecado, nos
estamos engañando a nosotros mismos, y la
verdad no está en nosotros.» —El chico elevó
la voz cuando los sollozos de Andrea se
hicieron insoportables—. «Pero si
confesamos nuestros pecados, Él, que es fiel
y justo, nos perdonará nuestros pecados y
nos limpiará de toda maldad. Si dijéramos
que no hemos pecado, sería como decir que
Él miente, y su palabra no estaría en
nosotros. Si alguien dice: Yo lo conozco, pero
no guarda sus mandatos, ese es un mentiroso
y la verdad no está en él. En cambio, si uno
guarda su palabra, el auténtico amor de Dios
está en Él. Y vean cómo conoceremos que
estamos en él. Si alguien piensa que está en
la luz mientras odia a su hermano, está aún
en las tinieblas…»
Andrea vio cómo su captor alzaba el puño.
Solo pudo gritar con todas sus fuerzas antes
de desmayarse. Lo último que contempló
 fueron sus ojos azules encolerizados.
  Después todo se hizo oscuro.

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